sábado, 15 de octubre de 2016

Dolor. 

Por la incapacidad de sentir más de lo que necesitaría expresar. Dolor porque mi cuerpo no está preparado para experimentar una pérdida. Porque no nací para despedirme, sino para encontrarte. Para conocer a personas como tú en las que poder echar raíces. Para aprender a confiar y convencerme de que no estamos solos en este mundo. Y es que qué más me daba eso de que “nacemos y morimos solos”, si podía disfrutar de ti durante toda una vida. 

Cómo no voy a estar desesperada, si me he acostumbrado a una vida que ya no entiendo lejos de tu lado. Si necesitaría volver a nacer para ser otra persona y, así, no haber sido yo contigo. Tú, ti, contigo. Las palabras que más he usado después de haber aprendido a quererme a mí. 

Y ahora qué. Cómo se desaprende el que creías el mayor aprendizaje de tu vida. Cómo se desaprende a querer, cómo se aprende a olvidar. A sobrevivir sin la persona con la que imaginabas pasar el resto de tus días. Dime, cómo. 

Cómo se aprende a volver a sentir ganas, a sonreír, a vivir, a desear. Cómo se aprende a ser optimista cuando aposté por ti con los ojos cerrados, cuando la seguridad que me transmitías era todo lo que aliviaba cualquier inoportuna duda acerca de mi futuro contigo. 

Cómo se aprende a desaprender. Sobre todo cuando no quieres. Sobre todo cuando olvidarte es lo último en mi lista del manual de supervivencia. Cuando ni quiero, ni debo. Y es que olvidarte sería como si te hubiera matado en vida. Y tú, en vida, es lo que más he querido durante la mía.

Rabia. Porque nunca podremos cumplir los sueños de los que hablábamos cada noche. Porque los proyectos que tuvimos en mente serán los futuros rasguños de mis recuerdos. Porque al ser lo mejor que había conocido, te escogí a ti. Una elección que ha hipotecado el resto de mi vida. Y es que voy a tener que aprender a vivir contigo, pero sin ti.

Cuando alguien se va, no existe expresión capaz de definir aquello que siente el que se queda. Y qué me queda si no es contigo. Cómo me quedo yo en una vida que no contempla tu existencia. 

Soy los restos de lo que podría haber sido contigo. Soy los restos, los retales perdidos de mí misma. Soy lo que nunca hubiera imaginado ser, sintiendo lo que nunca pensé que podría sentir.

Soy los restos de los besos que han pasado por mi boca, de los dedos que me han tocado, del calor que he sentido a tu lado. Pero sobre todo, soy los restos de lo que ya nunca más será. Ay, cuando alguien se va.

Tú, la cicatriz incurable y el trauma para el que aún no se han inventado terapias. Tú, el final infeliz que ningún niño quisiera leer, una  huella en mi recuerdo, un vacío en mi futuro y, sobre todo... mi secreto.

jueves, 13 de octubre de 2016

De vez en cuando algún domingo me golpea la cara. 

Como hoy.  

Uno de aquellos domingos de invierno en los que se te hielan antes los recuerdos que las manos. En los que la distancia no hace más que alejar el olvido y el olvido, por lo tanto, se sienta a mi lado preguntándome cómo.  

Que cómo quiero hacerlo, que qué pautas le doy para llegar hasta su destino y conseguir un objetivo tan triste como sinsentido:  

Olvidarte. 
 
¿Por qué se empeñarán todos en usar al olvido? Hoy le he explicado que yo, personalmente, quiero dejarle en paz. Que su labor está en otra parte, que yo no quiero pasar las páginas de mi memoria si en los recuerdos no sales tú. Que me enseñaste tanto ayer que si me olvidara de ti estaría renunciando hoy a una parte de lo que soy, de lo que he sido y de lo que quiero ser. 

Porque sin memoria no hay identidad. 
Y, por eso, no quiero olvidarte. 

No quiero renacer sin las decisiones que un día tomé, sin las sonrisas que un día sentí y, por supuesto, sin los te quiero que día si día también se me escapaban entre los labios.  

Un te quiero que mantengo hoy.  
Y un te quiero, porque te querré siempre. 

Así que mientras se me escapa alguna lágrima congelada, de aquellas pocas que aún me quedan, repaso la lista de motivos por los que no pudo ser. Un montón de razones que se engloban en una sola. 

Que a veces, con querer, no es suficiente. 
Y es que lo  he intentado.

He intentado no sentir tanto para, de ese modo, evitar el dolor. El problema es que te siento incluso sin sentir. Porque no sé si se me rompió antes el futuro o el corazón. 

Lo siento.  

Porque luché durante tanto tiempo por cumplir nuestro proyecto de vida en común que me olvidé de cumplir las promesas más importantes: las que un día me hice a mí. Y hoy, tratando de reencontrarme conmigo misma, me doy de bruces con lo que más me duele: la certeza de que luché hasta el final por que nuestro futuro nunca fuera nuestro pasado. 

Así que ahora, con mi presente entre las manos, tengo que dejarte ir como la arena escurriéndose entre mis dedos. Los mismos dedos que, hace unos días, entrelazabas tú con los tuyos.

Así que sí. 
Imagínate cuánto dueles. 

Porque es mucho más que partir de cero. 
Es comenzar de nuevo.

Empezar otra vez pero, ahora, con todo lo que has aprendido. Con tus errores y con tus virtudes, con tus éxitos y con tus fracasos, con lo que te dieron y con lo que te faltó.

Es comenzar de nuevo, más que de cero, porque no estás volviendo hacia atrás. No se trata de desandar el camino recorrido, tampoco de borrar las huellas que te trajeron hasta aquí. Se trata de continuar en otra dirección, en aquella en la que no necesites perderte para encontrarte.  

Aquella donde, ahora, la brújula seas tú.

miércoles, 12 de octubre de 2016


Si aterrizaste en mi vida sin aparecer en el panel de llegadas. Si fuiste una inundación en verano y los 25 grados de invierno. 

Qué pretendías. 

Si te conocí cuando menos te esperaba, si entraste en mi vida cuando peor preparada estaba. Mi maleta siempre llena, lista para huir al mínimo percance, lista para escapar de nuevo, como siempre. Por eso funcionó: porque no hizo falta. Escogiste el avión sin escala, pagando por un vuelo directo a mí el más alto de los precios. Fuiste el agua en mi sofoco y la calidez en mis temblores. Eres lo que fuiste pero, además, eres porque serás. Y, por eso, cada paso contigo tiene sentido. 

Hoy viajo con la misma maleta y, sin embargo, llena de cosas distintas. Hoy ya no voy preparada, porque no necesito estarlo. Hoy, esa maleta, me la has llenado de confianza. Maldito el día en que no creí en ti. Perdóname con retraso. No recogí demasiados motivos para hacerlo. 

Tu aparición rompió mis esquemas pero esperanzó mis valores. Eres una caricia entre todas las bofetadas, la carcajada de mis peores días y el abrazo en mis momentos de soledad. Eres por todo lo que ya has sido pero, sobre todo, te recuerdo que eres porque serás. 

Desear continuar durmiendo sin dormir, sólo para fingir que el tiempo no entiende de relojes y, por lo tanto, no pasa por nuestros segundos, creyendo así que contamos con toda una vida para mudarnos a ese colchón. Despertar y que la realidad sea más hermosa que tus sueños y que, cada amanecer al mirarte, la sonrisa que se refleja en tus ojos sea más vertical en sus extremos que el día anterior. 

Que alarguemos los días y acortemos las noches para poder disfrutar conscientemente de la historia más bonita de nuestras vidas. Esa forma de amar que tanto duele. Esa forma de tenerte y sentirme vacía. Esa forma de llorarte aun sintiéndote parte de mí. Todo eso que sucede cada vez que te vas. 

Que desaparezcan todos los motivos que te alejan físicamente de mí. Que te quedes para quedarte. Que ya no haga falta ninguna cuenta atrás para otro de nuestros primeros besos. Que ya no tengas que marcharte. Que las caricias sean momentáneamente eternas y puedas volver a dibujar el rastro que dejó en mi piel la última que me diste. Que el eco de tu voz perdure hasta que vuelvas y que no deba ser yo quien perfume de nuevo la almohada para recordar tu olor. 

Te quiero por lo que ya has sido, por lo que eres y, sobre todo, por el PARA SIEMPRE que serás.



martes, 11 de octubre de 2016

He decidido que voy a susurrarte sensaciones, no palabras. He decidido que voy a devolverte lo que me haces sentir. Que hoy, en este momento, serás capaz de entender cada escalofrío que recorre esta piel que un día prohibió volver a emocionarse con alguien.

En un segundo ha desaparecido el pestillo que me llevó años poner. En un segundo me has demostrado que íbamos por la doceava edición, y que yo sostenía la primera edición de la Biblia en mi mano. Me demostraste que las cosas habían cambiado, y que yo seguía siendo igual.

Me has demostrado que las mejores cosas de la vida existen cuando la persona que te lleva de la mano es quien te las enseña. Me has demostrado que aún con venda en los ojos, se puede ver mediante telas transparentes. Me has demostrado que tras cada generalización se esconde un cobarde, y que tras cada excusa para enamorarse se esconde una historia frustrada. 

En este tiempo me has demostrado que las priorizaciones sólo tienen sentido cuando lo que priorizas vale realmente la pena. Y que la pena deja de ser pena cuando lo que has priorizado consigue curarla.

En estos meses has descubierto la mejor parte de mí. Y yo, también. Y es que has aparecido para inventarme. Has aparecido para crear en mí aquellas facetas que ni yo conocía. Para demostrarme que todo es posible y que, para querer, uno se ha de esforzar.

Porque con querer no es suficiente. Por eso, me has enseñado a alimentar con cuidado cada logro, a cuidar con esfuerzo cada día, a tener detalles inesperados o, incluso, a tenerlos aunque se esperaran.

Me has demostrado que no es que lo bueno exista, sino que existe lo mejor. Y que de lo mejor, yo he conocido lo óptimo. Me has regalado la oportunidad de deshacer en pedazos mis esquemas y prejuicios, de construir escaleras para saltar muros.

Hoy, he decidido ser yo contigo. Porque te has merecido la mejor parte de mí.



domingo, 2 de octubre de 2016